sábado, 10 de julio de 2010

Gustavo Merino Fombona: Jacinto Convit


sábado, 10 julio 11:00 AM




Tótems, áticos, faros, atalayas morales, son los sinónimos de las brújulas que las sociedades buscan en los contenidos de sus almas, son musas que canalizan la ejecutoría de designios del paroxismo humano, para besar la concreción de metas sublimes, donde los lenguajes de las nubes son abrazos reales. Más aún si producen felicidades al prójimo individual y mucha mayor complacencia si lo hacen al colectivo.


La cultura del deber social de la ciudadanía es relativa y muchas veces escasa. La gratitud hacia personas singulares en desprendimiento, valores humanísticos, conocimiento, honestidad, sabiduría, educación, constancia y tratos de convivencia espiritual, en todas las antropologías, sociologías y culturas, debería ser altar y bendición natural. Por el riesgo que no siempre es así, van estas palabras que buscan una moderada oda continua a la magna labor del Dr. Jacinto Convit.


Bien podría un aforismo superior ser vecino al aplauso merecido para este noble médico de proeza extraordinaria. Hay alegría de ser sano y justo; pero hay, sobre todo, la inmensa alegría de servir, decía, Gabriela Mistral. Esto se correspondería de modo intacto a Jacinto Convit, dedicado a la investigación religiosa en la creación de vacunas para la cura medicinal contra las enfermedades infecciosas, especialmente contra la lepra y la leshmaniasis. Hoy lidera un estudio de inmunoterapia para la cura de varios tipos de cáncer. Con décadas en metodología científica, aparece en intervalos, con la luz de los Dioses, entregando a la humanidad magnos resultados de salvación médica, solo inspirado por el júbilo que produce a la especie humana, sanar sus tribulaciones orgánicas.


Cargos y premios nacionales e internacionales inscriben su trayectoria. Personalidad de convivencias sensibles con los pacientes, que extinguen el trato veloz, inhumano, monetario o cruel con el que padece, han concentrado en él la integridad con los genuinos preceptos de la ciencia médica. Tuvo pedagogos y vivencias ejemplares como a Rómulo Gallegos, su maestro y al Dr. Martín Vegas, prócer dermatólogo venezolano, con quien compartió proezas cognitivas.

Noventa y seis años de maravillas mostrando el camino que Venezuela anhela.

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