jueves, 26 de agosto de 2010

Este viejito de 96 años le sigue echando bolas a la vida !Jubilarse es morir!



Tiene 96 años y todavía está al mando del Instituto de Biomedicina de la UCV.

Después de haber desarrollado la vacuna contra la lepra y la leishmaniasis, lo que le valió su postulación al Nobel de Medicina, ahora encabeza dos cruzadas. Ayuda a los indios warao y la lucha contra el cáncer. El científico es categórico: "jubilarse es la muerte!"

La mirada de Jacinto Convit es penetrante. Uno puede llegar a creer que, de un momento a otro, sus potentes ojos azules podrían desprenderse de sus cavidades y salir levitando con total autonomía biológica. A sus 96 años de edad, todavía lleva el timón del Instituto de Biomedicina, ubicado al lado del Hospital Vargas. El científico, que fue postulado en 1988 al Premio Nobel de Medicina por sus aportes al estudio de la lepra y de la leishmaniasis, va todos los días a trabajar. Su oficina es culto a la sencillez. Hay libros en español e inglés, cachicamos en miniatura y un discreto retrato de Simón Bolívar.

En su escritorio, han colocado un timbre para que el investigador lo toque cada vez que necesite algo. Lo sonó múltiples veces durante la entrevista: pedía informes, papeles, carpetas, fotos para apoyar su exposición. Todo con carácter de urgencia. Una colaboradora comenta que es difícil llevarle el paso: "Tiene más energía que cualquiera de nosotras".

Convit, hijo de inmigrante catalán y de venezolana de origen canario, nació en La Pastora el 11 de septiembre de 1913.

En esa época, uno andaba en tranvía. Yo aprendí a leer en una escuelita que dirigía una señora de apellido Betancourt.

Después, entré al Colegio San Pablo, que era una institución familiar comandada por los hermanos cumaneses Martínez Centeno, descendientes del Mariscal Sucre. Allí cursé toda la primaria. Y entonces pasé al Liceo Caracas, donde me dio clases Don Rómulo Gallegos. Poca gente sabe que él era profesor de Matemáticas, una materia que conocía muy a fondo. Le saqué 20 puntos. Gallegos no pudo seguir en el liceo porque lo expulsaron del país: eran los tiempos de Gómez. Ingresé a la Universidad Central en 1932 y me gradué de doctor en Ciencias Médicas en 1938.

El año de su graduación fue decisivo para Convit. Los doctores Martín Vegas y Pedro Luis Castellanos le ofrecieron el cargo de médico residente de la leprosería de Cabo Blanco (Vargas). El sueldo era 1.500 bolívares, y el joven aceptó. Allí trabajó quince años.

La leprosería era un hospital donde se llevaba a la gente a la fuerza. Lo que llamaban aislamiento compulsorio: por ley. Los pacientes eran prácticamente capturados donde vivían y trasladados allí. Los que venían de zonas distantes eran traídos en barco y los que venían de zonas más cercanas, en un camión. Uno de ellos venía de Maturín. Eran como las tres o cuatro de la mañana. Llegó encadenado y acompañado de dos hombres armados. Yo me ofusqué un poco y les dije: `¡Quítenle las cadenas porque ése es un ser humano!’ Y los dos hombres me obedecieron. El paciente estuvo relativamente poco tiempo. Como a los cuatro meses, se fugó de la leprosería. Era un ambiente inaguantable.

Este apartheid que Convit presenció selló para siempre su destino. Decidió emprender una verdadera cruzada para que al enfermo de lepra se le respetara su dignidad y para dar con la cura de esta enfermedad de raíz bíblica.

La lepra se trataba con aceite de chaulmoogra y se aliviaba el dolor con derivados de morfina. El aceite lo refinaba un danés, Jorge Jorgesën, químico experto que había peleado en la guerra mundial.

Pero el enfermo no se curaba con eso: había que encontrar un tratamiento más eficaz. Me fui a la UCV y catequicé a ocho estudiantes de Medicina para que trabajaran conmigo. Además, hubo tres personas que me ayudaron muchísimo en el estudio que estábamos realizando: la doctora Elena Blumenfeld, farmaceutica, y otra persona de apellido Granado, de origen argentino, laboratorista, y que había venido con el Che Guevara a ver la leprosería. Hablé muy poco con el Che Guevara porque apenas pasó una noche en Cabo Blanco: al día siguiente se iba, creo, a Bolivia. Granado se quedó un año y se fue después a Cuba. La tercera persona fue el doctor Antonio Wasilkouski, un farmacólogo polaco, quien montó un pequeño laboratorio para producir medicamentos.

Convit, que hace poco fue catalogado por la BBC como uno de los cinco latinoamericanos más influyentes, que ganó el Premio Príncipe de Asturias en 1987, siempre opta por el plural cuando habla de su hazaña científica.

El primer medicamento que nos pareció importante para experimentar fue el Diamino-Difenil- Sulfona, el llamado DDS, que era activo contra las micobacterias. Un segundo medicamento que utilizamos fue la clofamizina. Con esos dos medicamentos, tratamos a 500 pacientes de la leprosería de Cabo Blanco. Y en un plazo de dos años, se curaban. Fue una verdadera revolución.

Se cerraron las dos leproserías nacionales: la de Cabo Blanco y la de Providencia (Zulia), que albergaban dos mil enfermos. Se crearon entonces los servicios antileprosos nacionales.

El procedimiento que nosotros ideamos fue la base para desarrollar el tratamiento de la lepra en todos los países endémicos.

Esos resultados fueron aplicados por la OMS, modificando ligeramente el cuadro: agregó un antibiótico (rifampicina).

Nuestro trabajo sirvió para desarrollar el tratamiento que la OMS llamó poliquimioterapia de la lepra.

Toca el timbre. Pide a su secretaria que le traiga una copia de un artículo, escrito por él y otros investigadores, donde están asentados sus hallazgos. Fue presentado en Londres en los años sesenta. Está en inglés.

Luego del uso de los dos medicamentos (DDS y clofamizina), preparamos una vacuna a base de BCG (vacuna contra la tuberculosis) y de bacilos de armadillo (cachicamo). Posteriormente, trabajamos con la leishmaniasis, que es un problema de salud pública grave en Venezuela: son 5 mil enfermos nuevos por año. Desarrollamos una vacuna compuesta por el parásito de la leishmaniasis, que es la leishmania, con el BCG. El tratamiento de la leishmaniasis se hacía con los antimoniales pentavalentes, que son medicamentos muy caros. Preparamos esa vacuna y le economizamos al país dos millones de dólares por año. El desarrollo de un país depende de la ciencia. Por eso es que nosotros estamos subdesarrollados. Porque a nuestra ciencia, en verdad, no se le ha dado el empuje que debe tener, aunque se ha hecho un esfuerzo.

Jamás ha ejercido la medicina privada.

No va con mi carácter. El médico debe ser un servidor público. Para mí, esto no es un negocio: se trata de proteger la vida humana. Es muy difícil hacer fortuna ganando un sueldo de médico de salud pública. Pero, al fin y al cabo, uno no necesita eso. Porque si uno tiene una vida discreta y le es suficiente lo que gana, uno se siente feliz.

Una vez me informaron que en la Academia Militar había un joven a quien le habían diagnosticado lepra. Lo vi y encontré que el muchacho tenía una lesión, pero benigna. La lepra presenta lesiones agresivas en un porcentaje importante y lesiones benignas, que muchas veces se curan solas. Le escribí una carta al presidente de la junta de gobierno, Delgado Chalbaud. Y él me contestó que ese joven no iba a ser expulsado porque yo decía que no tenía una enfermedad maligna. El muchacho se graduó y vino a visitarme cuando era coronel. Esas son las cosas a las que uno, como médico, les da importancia.

Científico a carta cabal, no vacila, sin embargo, en reconocer su fe. No solamente creo en Dios, sino que uno tiene que hacer el esfuerzo para que los demás crean en él. Porque indudablemente que la creencia en Dios es algo necesario para el ser humano. A veces uno está pensando cosas y estoy seguro de que está influido por Dios.

Convit está casado con Rafaela Marotta, que tiene 90 años. Tuvieron cuatro hijos: Francisco, que cría caballos pura sangre; Oscar, que falleció en un accidente de tránsito cuando tenía 23 años; Antonio, psiquiatra, profesor de la Universidad de Nueva York y director médico del Centro de Investigaciones Cerebrales de esa institución; y Rafael, que es cirujano y trabaja en el Washington Medical Center. Los dos últimos son gemelos.

¿Qué piensa el científico de la muerte?

La muerte es algo que uno tiene que aceptar. Nadie se puede salvar de morir. Es decir, la muerte no es discutible. Ahora, lo que hay que hacer es aprovechar el tiempo y hacer las cosas lo mejor posible. Tratar de favorecer a la gente lo más que se pueda. Por eso pasé de mi trabajo en lepra y leishmaniasis al cáncer.

El fenómeno del cáncer es muy parecido, casi idéntico al de la lepra, porque, en el caso de la lepra, el organismo no reconoce a la bacteria que la produce y, por tanto, la bacteria se multiplica hasta el infinito. Calcule usted que debe haber más de diez millones de bacterias por gramo de tejido enfermo.

En el caso del cáncer, no se ha descubierto la bacteria, pero se ha descubierto la célula tumoral, que no es reconocida tampoco por el cuerpo que la sufre y entonces progresa millones de veces en el sitio y después pasa, igualito que ocurre con la lepra, por la sangre y por los linfáticos.

El objetivo es lograr que el cuerpo reconozca la célula cancerosa a base de un sistema inmune adecuadamente controlado.

Convit no ve obstáculos sino oportunidades. Su tenacidad es impresionante.

¿Está cerca la vacuna contra el cáncer?

Yo tengo la impresión de que está cerca. Y que debemos tener fe. El problema de la lucha contra estas enfermedades que afectan al ser humano es el prejuicio. La lepra pudo ser tratada porque trabajamos sin prejuicio, teniendo la seguridad de que se iba a encontrar un tratamiento que iba a mejorar al enfermo. Y en cáncer existe un prejuicio tremendo: la gente cree que no tiene solución, y que nunca la tendrá. Eso no es así. Nosotros, en lepra, usamos sustancias que permitieron al organismo destruir al mycobacterium leprae. Debemos seguir esa misma vía: usar sustancias que destruyan la célula tumoral. En eso es que estamos trabajando. Llevamos tres años.

¿Qué cual es el secreto de mi longevidad? ¿Que por qué no me he muerto? ¿Eso es lo que usted me quiere preguntar? (Sonríe)... Porque tengo proyectos en qué ocuparme. Y me ocupo. La tragedia está en las jubilaciones que consumen el cerebro del ser humano y refugiarse entre las paredes de la casa limita el pensamiento, hasta el ejercicio físico, el ser humano se desactualiza aislándose de sus compañeros y la vida social como intercambio de ideas. Hombres y mujeres jubilados se abandonan hasta en su apariencia, lamentablemente.


Uno debe acostumbrarse a ser feliz cuando hace feliz a los demás..............





martes, 10 de agosto de 2010

Lepra: una enfermedad cuya historia se contó en 45 minutos

Vanessa Ortíz Piñango
Globovisión/Netsaluti


Escrito y dirigido por María Daniella Lancini, “Ciencia y arte: La cruzada que devolvió los derechos humanos a los pacientes de lepra”, es el título del reciente documental que recoge la labor de los médicos venezolanos en contra de esta dolencia.

La lepra es una enfermedad infecciosa de origen bacteriano, cuyo agente causal, el Mycobacterium leprae, provoca severos daños epidérmicos y neurológicos.

Hasta hace 20 años, este mal era considerado incurable, situación que cambió gracias a la incesante labor de un grupo de científicos, encabezado por el reconocido Dr. Jacinto Convit.

Nominado al Premio Nobel de Medicina en 1988 y luego de muchas investigaciones y experimentos, Jacinto Convit, actual Director del Instituto de Biomedicina –y Centro Panamericano para la Investigación y Adiestramiento en Lepra y Enfermedades Tropicales (CEPIALET) de la Organización Panamericana de la Salud (OMS)-, descubrió una vacuna que cura la lepra.


“¿Qué había sido de la vida de esos enfermos durante muchos años? -se pregunta el especialista-. Los habían agarrado y aislado a la fuerza, dos violaciones de los derechos humanos importantes, sin ofrecerles un tratamiento adecuado, porque no lo había en ese momento”.


“Ese documental -prosigue el Dr. Convit- relata cómo se superó todo eso, y la forma de superarlo fue trabajando para desarrollar un tratamiento adecuado. Coincidió esta preocupación con la de algunos países, que por circunstancias utilizamos el mismo medicamento”.

Poco a poco los enfermos se curaban, lo que permitió demostrarle al país y al gobierno que era un contrasentido mantenerlos aislados porque estaban en tratamiento. “El gobierno oyó la argumentación, hecha por ocho estudiantes, cuatro médicos jóvenes y yo, y ya no se aislaba al paciente: se trataba en el sitio donde vivía”.

Según lo informó el Dr. Convit, una ley abolió el sistema de aislamiento en Venezuela, y los pacientes reciben atención médica en los ambulatorios y servicios de dermatología sanitaria. “La Organización Mundial de la Salud (OMS), basándose en esos detalles, lanzó su tratamiento global (para todo el mundo) que incluye dos drogas que nosotros ya habíamos usado; sólo le agregaron una adicional, que es un antibiótico”.

“A los dos años, el paciente está curado, y las recaídas son muy pocas. ¿Qué resultados dio eso? De 17.5% por cada 10 mil habitantes se redujo a 0.2%”.

Ese audiovisual representa la culminación de un proyecto de investigación desarrollado por el Dr. Convit en el Instituto de Biomedicina, basado “en la historia de la lucha antileprosa en el país, la abolición del elemento compulsorio y el tratamiento de la enfermedad”.

Como lo confirmó el Dr. Convit, la cinta de 45 minutos fue exhibida en la famosa agencia de noticias de Londres, la BBC, e inaugurada aquí por la Cinemateca Nacional; “también ha circulado en varias organizaciones periodísticas”.

martes, 20 de julio de 2010

Llamado a Convit por aparición de extraña Lepra, que resultó ser Leishmaniasis

Gac Méd Caracas v.114 n.3 Caracas sep. 2006



Estimado Rovira Dr. Avilán

Tengo el placer de dirigirme a usted como Editor de la revista "Gaceta Médica de Caracas", órgano de la Academia de Medicina de Venezuela, con la finalidad de someter una "Carta al Editor" de carácter informativo y que espero usted considere adecuada para ser publicada en la revista que usted dirige.

Hace aproximadamente unos 10 años, la Oficina Panamericana de la Salud me propuso visitar Costa Rica para estudiar una enfermedad que afectaba predominantemente a la población infantil del Departamento de Liberia, en la Provincia de Guanacate, incluyendo los distritos de Nazareth, que era el más afectado, San Roque, Moracia, Pueblo Nuevo, El Pelón de Bajura y El Gallo. Además, aparecieron tres casos en la Villa de Bogacas, ubicada a 15 Km. de Liberia. Los habitantes de estas áreas eran en parte nativos de Costa Rica y en parte refugiados de Nicaragua.

Desde aproximadamente 20 años atrás, algunas personas del Distrito de Nazareth presentaban lesiones dermatológicas caracterizadas por pápulas y nódulos que ocurrían preponderantemente en niños entre 1 y 14 años de edad y que aparecían principalmente en las partes descubiertas del cuerpo. Las lesiones generalmente eran escasas pero en algunos casos se encontraron hasta 40 de ellas.

En un trabajo presentado durante el XII Congreso Dermatológico Centro-Americano realizado en Panamá se presentaron 55 casos de esta enfermedad con el diagnóstico de lepra tuberculoide nodular. Estos casos aparecieron en unas 15 familias, predominando las lesiones en niños. El diagnóstico estuvo basado en la histopatología y respuesta al antígeno de Mitsuda (prueba intradérmica de lepromina). Posteriormente aparecieron nuevos casos hasta completar un total de 260, resultando en un índice de prevalencia de 175,28 x 1000 habitantes, mostrando la gran difusión en el área, cubriendo una zona de aproximadamente 50-60 Km2.

Durante mi visita a Costa Rica realicé un estudio de esta enfermedad incluyendo un examen clínico meticuloso para determinar las características, número y ubicación de las lesiones. La mayoría de los pacientes eran niños entre 0-14 años; las lesiones eran de número variable, entre una a muy numerosas en casos excepcionales, y aparecían predominantemente en las partes expuestas. Su aspecto era pápulo-nodular, algunas habían evolucionado dejando cicatrices pero otras mantenían actividad en los bordes. Muchas de estas lesiones tenían varios años de evolución, durante los cuales habían aparecido nuevas lesiones.

El estudio histopatológico de más de 25 biopsias mostró en todos los casos un granuloma formado por macrófagos en diferentes períodos evolutivos, desde macrófagos activados hasta macrófagos con diferenciación epitelioide con células gigantes de tipo cuerpo extraño y de tipo Langhans. En su conjunto, la estructura se asemejaba a la estructura de un granuloma sarcoidal, tal como se ve en los granulomas producidos por ciertos metales (sílice, etc.). Ampliando el estudio se realizó una visión con microscopio óptico bajo luz polarizada, lo cual permitió ver pequeños corpúsculos brillantes en el interior de algunas células macrofágicas.

Desde el punto de vista inmunológico, se realizaron pruebas de leishmanina (antígeno de Montenegro) a 81 pacientes con lesiones, observándose que el 90,41 % dieron resultados positivos y los tamaños de las induraciones fueron entre 15 y 34 mm, con predominio de las reacciones mayores de 20 mm. Además se realizaron estas mis-mas pruebas a 20 personas sanas del área de estudio, obteniendo resultados positivos en 11 (55 %). En personas adultas que tenían menos de 7 meses viviendo en la zona se obtuvo un resultado positivo en 12 de 27 (44 %) y de 65 niños sanos, 9 fueron positivos (13,8 %). Estos resultados demostraron que una infección por Leishmania podía estar jugando un papel importante en la enfermedad que se estaba estudiando. A esto, se agregó el hecho de que en dos de nueve casos a los cuales se les realizó cultivo de las lesiones en agar-sangre, se obtuvo resultados positivos, con el crecimiento de un parásito similar al promastigote de Leishmania.

La ausencia de Mycobacterium leprae y la obtención de dos cultivos de Leishmania orientaron el diagnóstico de esta enfermedad hacia lo siguiente: a) eliminación de la enfermedad de Hansen como diagnóstico; b) orientación hacia un diagnóstico de leishmaniasis. El hecho de haber encontrado pequeñas partículas luminosas con luz polarizada agregó un segundo elemento que permitía considerar la posibilidad de un factor de origen ambiental que explicaba el aspecto atípico de la leishmaniasis.

Considerando que por primera vez se detectaban elementos ambientales interviniendo en la producción de una enfermedad endémica, en este caso una asociación del parásito leishmánico con un elemento al parecer del ambiente, se propuso un estudio del elemento ambiental, lo cual fue realizado con un equipo de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Venezuela. Este estudio se realizó con microscopio confocal, microscopio electrónico y analizador de Rayos X y se determinó que el elemento ambiental estaba constituido por numerosos metales (silicio, aluminio, cobre, zinc, calcio, etc.) componentes semejantes a los encontrados en las partículas volcánicas determinadas en los enfermos de Costa Rica. Posteriormente, en estudios realizados en Nicaragua, Honduras y Guatemala, encontramos lesiones semejantes a las descritas en este informe.

Atentamente,

J Convit

Ver caso completo en los videos de "Los Secretos del Volcán" en el blog de Convit o en youtube


lunes, 19 de julio de 2010

Homenaje a Jacinto Convit- Premio a la Excelencia

USB en Breve
09/10/2007




El doctor Jacinto Convit muestra la placa que recibe de manos del rector de la USB, Benajmín Scharifker y el presidente de la Apusb, Rafael Álvarez.



Lisbeth Bernal
Departamento de Información y Medios USB


09-10-07. Por su trayectoria académica y humana el reconocido médico venezolano, Jacinto Convit, fue homenajeado en la Casa del Profesor de la USB. Familiares, amigos, colegas y académicos, estuvieron presentes en el acto celebrado al final de la tarde del lunes, organizado por la Apusb.

El rector Benjamín Scharifker aplaudió la iniciativa de la Asociación de Profesores de rendirle un tributo a la significativa y profunda labor de Convit, no sólo por sus valiosos aportes al crear la vacuna contra la lepra, sino por las contribuciones singulares que ha realizado a lo largo de décadas.

Scharifker resaltó sus gestiones en la formación de instituciones y su trabajo centrado en las necesidades de Venezuela. “En estos tiempos, es difícil encontrar personas como Jacinto Convit, que a pesar de los gobiernos de turno y la falta constante de estímulo a la labor científica, no interrumpen su tarea”.

Tras el ejemplo que constituye el doctor Convit, concluyó que sólo a través del sacrificio y el compromiso con la sociedad venezolana, se pueden resolver los problemas de salud de los venezolanos.

En nombre de la directiva de la Apusb habló Rafael Álvarez, quien solicitó un largo y fuerte aplauso para el homenajeado y anunció que le solicitarán al Consejo Directivo que le sea conferido a Jacinto Convit, el título de Doctor Honoris Causa de la USB. “Para nosotros es un orgullo y un privilegio, compartir con el doctor Convit”, expresó Álvarez, quien aprovechó la ocasión para destacar que la labor de premiar al talento nacional y a aquellos que han sobresalido por sus valiosos aportes para la sociedad, es un hecho bien ilustrado en la USB.

Lecciones de vida
El homenajeado agradeció el gesto de la Apusb y compartió lecciones de vida. Entre ellas enfatizó que los avances científicos no son suficientemente efectivos si no se acompañan con medidas que modifiquen las condiciones sociales de la población.

Después de su graduación, Convit contó que su camino fue tratar las llamadas enfermedades obligatorias que afectan zonas remotas, aunque él propuso cambiarle esa denominación por “enfermedades de los pueblos olvidados”, porque precisamente quienes las sufren, explicó, son habitantes en estado de pobreza e ignorancia que pareciera han sido olvidados por la sociedad. Tras su experiencia en esta materia, concluyó que mientras continúen estableciendo en dichos pueblos, un sistema técnico no relacionado con el aspecto social, tal como lo hace la Organización Mundial de la Salud, continuará el incremento de enfermedades obligatorias.

En ese sentido, reitero en su discurso que hay que hacer un esfuerzo para eliminar la ignorancia, el hambre y los malos hábitos de higiene, además de otros problemas sociales, porque de lo contrario “las enfermedades nunca serán superadas”.

Un proyecto alineado con estos planteamientos, señaló, es el ideado para proveer de agua potable a los Indios Warao. Alrededor de 30 personas están trabajando en su diseño, incluyendo tres estudiantes de Ingeniería Mecánica de la USB. La idea, explicó, es mejorar su salud proporcionándoles otros procedimientos para recolectar este preciado líquido, ya que ellos beben el agua contaminada del río, lo que les genera cuadros diarreicos graves.

Por ahora se refieren a dos tipos de procedimientos: recoger el agua de la lluvia y la vaporización que es muy común en Israel. Sin embargo, todavía están a la búsqueda de fondos para concretar el proyecto. Junto al aspecto técnico, aseguró que harán hincapié en la educación pública y en la formación musical del Warao.

Jacinto Convit
Nació en 1913. Es conocido mundialmente por sus estudios epidemiológicos, a través de los cuales desarrolló una vacuna para la cura de la lepra. También cambió radicalmente el tratamiento de los leprosos en Venezuela al proponer que los enfermos fuesen tratados en sus lugares de origen y dada la magnitud de su aporte, fue postulado en 1988 al Premio Nobel de Medicina.

En su largo currículo se señala que ha sido jefe del Servicio de Dermatología del Hospital Vargas (1958-95), director del Instituto de Biomedicina (1972 hasta el presente), profesor titular y jefe de la Cátedra de Clínica Dermatológica de la Escuela de Medicina "José María Vargas" de la UCV (1958), miembro del Consejo de la Facultad de Medicina (1973 hasta el presente), miembro del Sistema de Promoción del Investigador (SPD en la categoría de Emérito (1994), miembro fundador de la Sociedad Venezolana de Dermatología y Venereología, miembro de la Asociación Internacional de Lepra, miembro fundador de la Sociedad Venezolana de Alergología, miembro fundador de la Sociedad Venezolana de Salud Pública, miembro de la Royal Society of Tropical Medicine and Hygiene, miembro correspondiente de la Society for Investigative Dermatology y miembro de la Asociación Venezolana para el Avance de la Ciencia (Asovac).

Por sus contribuciones ha recibido el
Premio José Gregorio Hernández (1955 y 1980),
Premio Martín Vegas (1960), Orden 27 de Junio de la UCV (1976),
Orden Francisco de Miranda (1980), título Doctor Honoris Causa otorgado por las Universidades Santa María (1981), la Francisco de Miranda (1982), la Nacional Abierta (1982) y la de Los Andes (1586),
Medalla Federación Médica Venezolana (1987),
Premio Principe de Asturias (1987)
Medalla "Salud para todos en el año 2000" otorgado por la OMS-OPS (1988).
Adicionalmente es Individuo de Número (Sillón No. XXXI ) de la Academia Nacional de Medicina (1990),
Premio Nacional a la Creatividad y a la Inventiva durante el Primer Salón Nacional de los Inventos y Descubrimientos, Eureka (1990)
Orden del Libertador (1993).
Más detalles de su hoja de vida en: http://www.anm.org.ve/psitem.cfm?psid=314&d=prodshow



También participaron en la entrega de la placa de reconocmiento a Jacinto Convit, los profesores de la USB, Carlos Pollak y Antonio Acosta.




miércoles, 14 de julio de 2010

Hijo Ilustre

Los milagros y los descubrimientos de Jacinto Convit se han dado a la luz del sol litoralense.



Es por eso que desde el Hospital Martín Vegas, el personal está desarrollando un proyecto para crear una sala de historia, donde se recree la leprosería de Cabo Blanco, se conozcan detalles del bioterio del galeno y se le declare Hijo Ilustre del Estado Vargas.

"Ese es nuestro norte. Por lo pronto estamos haciendo un dossier para presentarlo al gobernador Jorge García Carneiro, al Consejo Legislativo y a la Procuraduría del Estado para ver como se canaliza esta solicitud", reveló el epidemiólogo del hospital Pedro León Civira.

"Estamos haciendo contacto con él para ver si viene al Hospital y se reencuentra con sus pacientes, que se sienten orgulloso de cada uno de sus logros en el plano científico y humano", relató el facultativo. NNA

"Si Convit venció la lepra, también lo hará con el cáncer"


Catia La Mar.- El Hospital "Dr. Martín Vegas" en la parte alta del barrio Ezequiel Zamora en Catia La Mar es el último centro que queda en el país donde se albergan 50 pacientes que sufrieron el Mal de Hansen, la lepra, un padecimiento estigmático que iniciando el siglo pasado obligó a abrir lugares conocidos como leproserías, en donde niños, jóvenes y adultos, sin distingos, eran encerrados, para evitar se propagara el mal.

Pero fue a la hoy desaparecida leprosería de Cabo Blanco donde el joven Jacinto Convit revolucionó el lugar. Junto a Martín Vegas apostó por la humanización, aplicó nuevos fármacos hasta encontrar la vacuna que lo erradicara. Hombres y mujeres, pacientes y enfermeras, recuerdan está epopeya que para muchos escépticos en la década 80 no pasaría de ser "un notable experimento".

"Llegué a Cabo Blanco de 8 años. Cuando cumplí 13, Convit ingresó de pasante. Lo recuerdo alto, buenmozo y grandes ojos azules. Crecí oyendo sus charlas, viendo sus investigaciones. Nunca pensé que me curaría. Cuando me dijo que había una vacuna para frenar efectos de la lepra en mi organismo, ni yo misma le creí. Pero fue verdad. Dedicó cuerpo y alma a luchar contra la lepra. Ahora está haciendo lo mismo con el cáncer. Tengo mucha fe en sus investigaciones. Si venció la lepra, seguro que lo hará con el cáncer", dice Josefina Fernández, de 88 años de edad.

Para ella las nuevas generaciones deben saber lo que es Convit para la medicina. "La gente joven no se imagina lo que es un flagelo así, que hasta tu familia te reniegue y te encierren. Buscó curarnos de todas las formas posibles. Nos alivió el cuerpo y el corazón".

Como Fernández, Juan Francisco Villegas, de 93, tiene frases de gratitud. Evoca el temor de muchos de ser conejillo de indios y la valentía de los más decididos que iban al Bioterio donde Convit criaba cachicamos a inocularse. "Con las primeras vacunas en la piel se formaba una costra. Unos decían que devendrían en cachicamos. Pero luego la lesión sanaba".

Tras descubrir la vacuna en 1988 los enfermos de Hansen no son recluidos, reciben tratamiento ambulatorio y viven en sus hogares. Lamentablemente estudios de Convit sobre enfermedades de la piel se pararon por falta de fondos. "Poco a poco el hospital se fue rodeando de casas humildes. Y quienes llegaban se metían a cazar cachicamos y los eliminaron. Cuando me cuentan de la vacuna del cáncer que hace Convit yo le digo a la gente que crea. Cuando llegué a Cabo Blanco en 1948 nadie hubiese apostado que iba a estar sano. Y hoy lo estoy", cuenta Ítalo Pacheco.



Nadeska Noriega Ávila
ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL